Denominamos trastorno cognitivo posquimioterapéutico (TCP) (previamente nombrado Chemo Brain) a una afectación de las funciones cognitivas que se genera como consecuencia de un tratamiento por quimioterapia (QT).
Algunas personas, durante y después de recibir este tratamiento, describen quejas en relación a su funcionamiento cognitivo, como por ejemplo, problemas de atención/concentración, velocidad de procesamiento de la información, funciones ejecutivas y de memoria que interfieren en sus actividades de la vida diaria.
En estudios longitudinales de cognición y quimioterapia se han objetivado algunas alteraciones cognitivas tanto a corto plazo (al finalizar el tratamiento) como a largo plazo (al año de haberlo terminado). A largo plazo, continúan observándose rendimientos deficitarios en funciones atencionales y ejecutivas, mientras que la memoria verbal vuelve a rendimientos similares a los obtenidos en situación basal (Cerulla, 2019) .
En estudios de neuroimagen estructural a pacientes que han realizado este tipo de tratamiento, se ha hallado una reducción del volumen de la sustancia gris y sustancia blanca subcortical cerebral en algunas regiones (circunvolución parahipocámpica, córtex prefrontal y cingulado precuneus) (Argyriou et al., 2011) y cambios en la microestructura de la sustancia blanca (Deprez et al., 2012; Mc Donald et al., 2012), regiones que correlacionan con las alteraciones cognitivas subjetivas y objetivas en la exploración (atención, memoria, funciones ejecutivas y velocidad de procesamiento). Ver figura 1.
Figura 1:
Activación cerebral en resonancia funcional durante la tarea de la Torre de Londres en supervivientes de cáncer de mama después de la quimioterapia (Chemo) y supervivientes de cáncer de mama sin quimioterapia (Control) (de Ruiter et al., 2011).
Figura 2:
En la prueba de la Torre de Londres estamos evaluando principalmente las funciones ejecutivas (capacidad de planificación, atención y resolución de problemas).
Actualmente se desconocen los mecanismos por los que se produce el deterioro cognitivo, debido a que se trata de un fenómeno complejo y probablemente multicausal. Observar figura 3.
Figura 3:
No todos los pacientes que realizan quimioterapia acaban teniendo deterioro cognitivo. La prevalencia cambia según el grupo de comparación, pero de acuerdo con varios estudios, entre un 20% a un 30% de personas que han recibido este tratamiento han padecido TCP (Argyriou et al., 2011).
El hecho de que no todos los pacientes que reciben QT acaban con TCP potencia la hipótesis de que hay varios factores individuales que pueden modular su aparición. Entre ellos cabe destacar los factores genéticos, la reserva cognitiva, la edad, aspectos psicológicos, etc.
En los estudios citados en este artículo, se excluyó a los pacientes que tenían depresión. Esto es debido, a que por sí misma ya produce una alteración de las capacidades cognitivas como la atención, la velocidad de procesamiento y las funciones ejecutivas y esto podría sesgar los resultados. Y el objetivo de estos estudios, es objetivar un daño cerebral adquirido de tipo orgánico provocado directamente por la QT.
En la práctica clínica, el neuropsicólog@ que encuentre en consulta una persona con quejas cognitivas tras una intervención quimioterapéutica, deberá discernir entre una etiología de origen orgánica, psiquiátrica o bien una comorbilidad entre ambas. Así podrá determinar el plan terapéutico más adecuado y ajustar el pronóstico.
Por último, el incluir el deterioro cognitivo en la información de los efectos secundarios explicados a los pacientes por parte del personal asistencial, podría ayudar a validar las quejas de los pacientes y favorecer un buen ajuste a la situación de enfermedad (Vardy y Dhillon, 2017). Además se ha comprobado, que dar información sobre la posible aparición de deterioro cognitivo asociado al tratamiento no disminuye la adherencia al mismo y es un factor importante para reducir la ansiedad asociada a estos cambios (Myers 2013; Schagen et al., 2012).
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